El mar que nos trajo – Griselda Gambaro (Alfaguara, 2013)

Llámenme prejuicioso, pero es obvio que existe una literatura de y para mujeres, que cuenta historias sensibles, en un estilo directo pero velado, con tapas con dibujos coloridos o fotos sepias y que son editadas por Alfaguara.  (Coro: ¡Prejuicioso!)

Es más, uno podría incluso subdividir  esa literatura de y para mujeres, en dos grandes categorías:

a) relatos herederos del boom latinoamericano, hijos de García Marquez y Mafalda y

b) hijos del marketing dirigido.

El grupo a tiene sus patas remojadas en la literatura sensible sobre hombres y mujeres en la era de la pangea de géneros, antes del desbande. Son relatos sesgados por la sensibilidad femenina, que redondean el filo de las relaciones, le ponen un arreglo floral a la violencia y evitan los detalles sexuales, a los que nombra como a tres cuadras de distancia, como herramienta para  traer al argumento complicaciones o hijos.

El grupo b, son esos libros que se ven en el subte D a media mañana, y no vale la pena profundizar en ellos (Bonelli, etc).

2014-09-30 16.25.23

El ejemplar de El  mar que nos trajo que llegó a mis manos fue precedido en su lectura por dos mujeres. Una marcó una parte que dice “debía haber cortado el lazo de la lengua, entonces la indiferencia hubiera sido posible”. Es una buena idea, y me imagino los usos que la primera lectora le puede dar a eso del lenguaje como lazo. Yo, si no fuera porque estaba marcado, hubiera pasado por esa idea mirando para otro lado, enganchado más en la trama de telenovela de conventillo y tuberculosis, esperando que los hermanos anarquistas hagan algo digno de anarquistas y no que sean sólo muñecos porno soft que calientan a las hermanas protagonistas.

Si tendría que marcar una oración, habría marcado “Si José la dejaba, ¿qué haría Isabella? Sola.” Me gustó el tono y el ritmo de esa frase, le tuve cierto respeto a la autora (“si quiere, puede escribir”). Se ve que a ella también le gustó, porque la repite en la misma página y en esa repetición, le saca la sangre.

Nadie me obligó a meterme en el mundo de las novelas de y para mujeres y pagué un precio no tan alto como hubiera merecido por espiar el vestuario intelectual femenino. No estuvo mal pero es algo que difícilmente vuelva a hacer, al menos concientemente.

 

 

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